martes, 21 de octubre de 2014

EL VALS VENEZOLANO, ITINERARIO DE UN SENTIMIENTO



TEXTO: GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN


 
El Gran Alirio Díaz.

Según investigaciones de Luis Felipe Ramón y Rivera, es poco probable que la manifestación del vals se haya efectuado en nuestro país antes de 1830. Esta fecha, que coincide con la muerte del Libertador y con el cese de guerra de Independencia, se toma como referencia para comenzar a hacer algunas pesquisas en torno a la manifestación de esta modalidad musical proveniente de Europa, que causó verdadero furor el viejo continente, cuando músicos influyentes del romanticismo lo ejecutaban tanto en ámbitos de cámara como en los famosos salones de baile de la clase alta, tal  el caso de los valses de Federico Chopin o Franz Liszt en un primer
momento, quienes crearon los valses llamados de Salón o Brillantes, y luego en los de Richard Strauss (El Danubio azul) en un segundo momento; justamente en Viena es donde un baile popular, el laendler, da origen al vals antes de ese año de 1830. Habría que mencionar también los Valses Nobles de Franz Schubert, músico que los denominó así para diferenciarlos de los laendlers  populares, y la famosa Invitación al Vals de Weber, una suerte de summun del vals romántico. Otros músicos clásicos europeos como Johannes Brahms (Suite de Valses), Robert Schumann (Miniaturas), Claude Debussy (La plus que lente), Igor Stravinsky (Historia de un soldado), Edward Grieg (Valse triste), Maurice Ravel (La Valse y Valses nobles y sentimentales) y Erik Satie con susGymnopedias se mostraron tentados por el género del vals, que siempre supo sobrevivir frente a los géneros considerados mayores o más complejos.
El maestro Antonio Lauro.
Las series de piezas musicales con este espíritu denominadas suites no se ejecutaban de manera independiente, sino que estaban unidas a través de sus nombres, y se trasladaron a América posteriormente para ser ejecutados de manera autónoma con los instrumentos del caso, en representaciones de comedias, óperas o tonadillas. De aquí fue de donde el pueblo las tomó y aprendió a conservarlas. Formas como la pavana, la chacona o la zarabanda eran danzas provenientes de España divulgadas en Centroamérica, mientras que bajo el nombre de fandango se agrupaba un conjunto de piezas cortas bailables, como el minué. En América Latina contamos con varios conspicuos representantes del vals como la peruana Maria Isabel “Chabuca” Granda (La flor de la canela), el mexicano Juventino Rosas (Sobre las olas) o el cubano Ernesto Lecuona (Vals azul, Vals crisantemo) que gozaron de mucha popularidad en su momento y siguen siendo considerados clásicos del vals en el continente.

Poco a poco vendrían entrando a Venezuela las respectivas melodías “valseadas” o valses populares, mientras que la corriente tradicional del folklore incorporaba golpes y  valses a dos partes concebidos como música para bailar el joropo, y permitieron apreciar un conjunto de bailes que van configurando, --en ciudades grandes como Valencia, Maracaibo, Caracas o Barquisimeto— un movimiento de expresión romántica que toma al piano como instrumento principal y configura una primera división social del vals en los salones aristocráticos, y otra de origen popular ejecutada en el caney, la plaza pública y las casas modestas con instrumentos como la guitarra, el bandolín o el cuatro.

Esta corriente popular va alcanzando otros ámbitos por parte de músicos aficionados o profesionales, donde el vals comienza a dejar constancia de su existencia, acompañado de guitarra, tiple o cuatro, mientras los músicos trabajan en sus particulares armonías, inspirados por la nueva forma.

El piano es el instrumento que propicia en la llamada corriente aristocrática del apogeo inicial de nuestro vals, mientras que la corriente popular prefiere la voz, el recurso coral acompañado de guitarra o cuatro. Entre estas dos corrientes comienza a constituirse el vals venezolano, a través de un creciente repertorio criollo, que sabe convocar una serie de modalidades y tonos melódicos propios, de improvisaciones e interpretaciones de memoria y ejecución por “fantasía”, así como la corriente popular anónima que tuvo lugar en Venezuela en décadas posteriores hasta alcanzar el siglo XX, hacen que el vals tenga un perfil claro como manifestación cultural nuestra. Cientos de valses se componen en las distintas regiones del país, en un repertorio heterogéneo que incluye piezas de factura desigual, --atemperadas en cada región geográfica del país-- pero que van conformado un expresión genuina de nuestra sensibilidad musical, que toma del romanticismo su principal nutriente. Como sabemos, la tristeza inmanente del vals, su tono que puede ser nostálgico o melancólico, expresa nuestro spleen o nuestra saudade, una mezcla peculiar de reminiscencia donde se dan cita los recuerdos dolorosos con la alegría de vivir.

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